El 19 de agosto de 2014 sucedió algo excepcional. La reina Isabel II de Inglaterra proclamó finalmente el indulto póstumo a Alan Turing (1912–1954), condenado en 1952 por mantener relaciones homosexuales. Terminó así un largo proceso del estado británico para disculparse con una de sus figuras científicas más sobresalientes del siglo XX, cuyas aportaciones tuvieron un impacto histórico. Durante la II Guerra Mundial tuvo un papel fundamental para que los aliados pudieran descifrar las comunicaciones secretas de los nazis. Y antes de eso había lanzado una idea que transformó los ordenadores en las potentes y versátiles máquinas que son hoy en día.
Un ordenador hace mucho más que ordenar. Usamos esa palabra prestada del francés ordinateur, que es la traducción del original inglés computer. Ése era el nombre de las personas especialistas en hacer cálculos numéricos y en el siglo XIX ese término comenzó a aplicarse a máquinas, que comenzaron a sustituir a los humanos en esas tareas. Calculaban cada vez más rápido, sobre todo cuando en el siglo XX sus engranajes se sustituyeron por componentes electrónicos.
Sin embargo, los primitivos ordenadores tenían el inconveniente de que se construían para resolver un problema determinado y si se quería usarlos para otro fin, había que cambiar los circuitos. Eso fue así hasta que en 1936 un estudiante inglés, Alan Turing, pensó en una computadora que resolvería cualquier problema; siempre que ese problema pudiera traducirse a expresiones matemáticas y luego reducirse a una cadena de operaciones lógicas con números binarios, en las que sólo cabían dos decisiones: verdadero o falso. La idea era reducir todo (cifras, letras, imágenes, sonidos) a ristras de unos y ceros y usar una receta, un programa, para resolver los problemas en pasos muy simples. Había nacido el ordenador digital, pero de momento sólo era una máquina imaginaria.
Tras la II Guerra Mundial, en la que ayudó a descifrar el código Enigma de los mensajes en clave de los nazis, Turing creó uno de los primeros ordenadores como los actuales, que además de digital era programable: podía usarse para muchas cosas con sólo cambiar el programa.
Su máquina pronto quedó obsoleta, como pasa ahora: los ordenadores han seguido duplicando su potencia de cálculo cada año y medio, tal y como predijo Gordon Moore en 1965. Turing sólo vio los primeros cerebros electrónicos. Él creía que los ordenadores sí podrían llegar a pensar y, con el programa adecuado, hacer cosas como chatear sin que pudiéramos ser capaces de distinguir si es una persona o un ordenador. Todavía nadie ha conseguido crear un programa que supere esa prueba, el test de Turing. Con 40 años él había abierto el campo de la Inteligencia Artificial pero en 1952, en la cumbre de su carrera científica, fue arrestado y condenado por mantener relaciones homosexuales. También se le denegó acceso a las instalaciones de Bletchley Park, el centro criptográfico del Reino Unido, en el que Turing trabajó durante la II Guerra Mundial.
Para evitar ir a la cárcel, eligió someterse a un tratamiento para invertir sus impulsos naturales, aún sabiendo que no era algo lógico. Dos años más tarde de iniciar esa supuesta cura por castración química, Alan Turing tomó una decisión mucho más compleja, para la que sus genes no lo habían programado: se suicidó, el 7 de junio de 1954.
Eso es lo que determinó la investigación policial. Según la autopsia la causa de la muerte fue envenenamiento con cianuro; y junto a su cuerpo fue hallada una manzana mordida. Así que los investigadores concluyeron que Turing había inyectado cianuro en la manzana antes de morderla. Pero la manzana nunca se llegó a analizar, lo que deja abiertas otras posibilidades, como la inhalación accidental de vapores de cianuro, que al parecer Turing estaba usando para un experimento en su habitación.
Si hay dudas sobre el suicidio de Turing, mucho menos claro está que decidiera acabar con su vida debido a la condena y al tratamiento de castración química, que había finalizado un año antes de su muerte. Y tampoco hay ningún dato que confirme que la manzana mordida del logotipo de la compañía Apple (que volvió a revolucionar la informática en los años 1970) sea un homenaje a Alan Turing. La coincidencia de las franjas arcoiris del logo original de Apple con la bandera gay alimenta esa hipótesis, pero Steve Jobs negó que ese fuera el origen de su emblema: “Ojalá hubiera sido así”, declaró el fundador de la empresa al escritor y actor Stephen Fry.
El verdadero homenaje vino de sus colegas, que desde 1966 conceden el premio Turing, un equivalente al Nobel de Informática. A finales del siglo XX, el reconocimiento a la figura de Turing comenzó a ser mucho más generalizado. Y en 2009 el entonces primer ministro británico, Gordon Brown, pidió disculpas de manera oficial a Alan Turing por la manera en que fue tratado. Fue una reacción a una petición en Internet que lo que buscaba era el indulto real.
Las reticencias políticas iniciales y la complejidad de los trámites retrasaron esa medida para restablecer el honor de Turing. No llegó a tiempo para el centenario de su nacimiento, en 2012. El indulto real llegó en agosto de 2014, con el propósito de que “a Turing se le recuerde por sus contribuciones durante la guerra y no por su posterior condena criminal”. Fue una medida simbólica y excepcional, pues los indultos sólo se suelen conceder si el condenado es técnicamente inocente. Así, el decreto real de Isabel II puso en marcha otro proceso: en febrero de 2015 la familia de Turing pidió el indulto póstumo para los otros casi 50.000 hombres condenados en Gran Bretaña por su homosexualidad, que fue un crimen en ese país desde 1885 hasta 1967.
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